No importa el barrio ni la marca del auto, si uno escucha música proveniente de otro coche, es una cumbia. Cuando uno está en un ómnibus, o en una plaza, o en la mismísima calle, y a alguien le suena el celular, el ringtone escogido es el de una cumbia. No importa dónde quede el boliche, ni para qué edades sea, el ritmo que va a mover a más gente va a ser la cumbia.
“Me diste un beso y casi me matas, de la baranda a leche que largas”
“Ay que bella cabellera que tienes tú, lavate la conchampu (con shampoo)”
“Laura, siempre cuando bailas se te ve, se te ve la tanga”
Estos son simplemente un trío de los positivos mensajes que exponen las cumbias para nuestros jóvenes de hoy en día. Si el lector (si es que hay al menos uno leyendo esto…) examinó mis anteriores ensayos, podría notar una conexión entre todos ellos: Una sociedad cuya música más popular difama mensajes inconcebibles sobre sexo, drogas y violencia, cuya televisión “nacional” se ha transformado prácticamente en pornografía, y que día tras día realiza distintos actos de violencia, como incidentes en estadios o riñas en el parlamento, por citar un par… ¿Nota el patrón?
Pero honestamente, voy a continuar con el tema de la cumbia, pues me fastidia existencialmente tratar de sumergirme en las profundidades de nuestra sociedad para averiguar las razones por las cuales la misma se encuentra en tal estado de deterioro…quizás en otro ensayo.
El otro día escuchando la radio la locutora dice, y cito, “Yo respeto a todo el que le guste la cumbia, pero personalmente no me gusta”. Enseguida entró en conflicto, tras las quejas via mail y sms de los cumbieros, y terminó pidiendo disculpas por lo que había expresado.
Yo creo que en el caso anterior (que sirve como ejemplo para muchos otros) existen dos posturas: la primera, donde uno dice que es amante de todo, y que le gusta tanto la cumbia como el blues, o la segunda (la que yo prefiero), adopta una posición totalmente antagónica a la cumbia y la descalifica e insulta desde todo punto de vista. Pero en esas cosas de “Con todo respeto, pero te odio”, a mi forma de ver las cosas, no funcionan.
Yo lo voy a decir, y no me importa a quien ofendo: No me gusta la cumbia. Detesto la cumbia. Odio el insípido sonido de los instrumentos, odio con fervor las inmorales letras de las canciones, pero lo que más detesto, es siempre que enciendo la televisión ¡tener que ver a unos pelo-amarillo “cantando” en el maldito programa de Omar Gutierrez!
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